sábado, 9 de agosto de 2008

Las órdenes rituales

Por: Héctor Abad Faciolince
ESTA SEMANA EL PRESIDENTE URIBE pasó por el Valle de Aburrá y, cuentan los periódicos, “ordenó el cierre de la Oficina de Envigado”.
Son muy curiosas las órdenes presidenciales. Es como si tuviera una varita mágica, como si frotara una lámpara maravillosa, y de ella saliera una especie de genio (el comandante del Ejército o de la Policía, el Alcalde de Medellín o de Envigado) que dirán, “escucho y obedezco” y cumplirán sus órdenes sin demora alguna. Pero si uno analiza las órdenes presidenciales, ésta y otras órdenes de todos los presidentes que hemos tenido, veremos que son órdenes rituales, órdenes para que se crea en su poder, pero que poco o nada tienen que ver con su cumplimiento efectivo.
La “Oficina de Envigado” no es como un ministerio o una empresa de seguridad social, que se pueda cerrar gracias al verbo mágico del señor Presidente. Tampoco la coca en el Putumayo se acaba porque un ministro lo diga. Y ni siquiera cuando se da de baja a algunos personajes del bajo mundo (cuando se extradita a un paramilitar, cuando se bombardea un guerrillero, cuando se mete en la cárcel a un traqueto), se está acabando con el bajo mundo.
Allí no hay personas, sino comodines. Son como distintos actores que representan un mismo papel en el teatro del mundo, o en el teatro de Colombia: no importa el nombre del hombre que represente ese papel, mientras el papel siga existiendo. No importa si cierran la “Oficina de Envigado” si a la semana siguiente abren “La Oficina de Bello” o “La Oficina de Itagüí”, como en efecto pasa.
También cuando mataron a Pablo Escobar el gobierno de entonces nos hizo creer o quizá todos quisimos creer que no habían matado a un hombre sino a un fenómeno completo, a la mafia entera, que con él no se acababa sólo un tipo malévolo más, sino también una forma de vida. Y sin embargo la mafia siguió, tan campante como antes, y hoy Colombia exporta más cocaína que entonces, lo que quiere decir que hay mafiosos que, sumados, son por lo menos tan poderosos como el más poderoso de entonces. Porque el Doctor, o Rasguño, o el Ajedrecista, o HH, son los actores que representan un papel que existe en el teatro colombiano: el papel del tipo que se enriquece, a sangre y fuego, con el negocio ilegal de exportar cocaína.
Cuando hicieron los pactos con las narcodefensas (que tuvieron en Ralito su cárcel a imagen y semejanza de la Catedral) también nos hicieron creer, o quisimos creer, que con ellos se acababan los paramilitares y de ñapa el narcotráfico. Con cada muerte o castigo ritual hemos pensado que una etapa de la historia del país se cerraba y que ahora, al fin, empezaríamos a vivir un presente y un futuro venturoso de paz y alegría, en el que ya la gente no se matará por la cocaína ni por la política.
Pero vuelven a aparecer otras matanzas, otras guerras de narcos, las viejas “oficinas de cobro” resucitan de entre los muertos, renacen de sus cenizas, y empiezan a circular otros nombres y otros alias, cambian algunos decorados y vestuarios, y volvemos otra vez a los miedos de antes, y al círculo vicioso de un país con enfermedades (no sólo con enfermos) en el que se desmovilizan veinte mil paramilitares y aparecen otros diez mil, en el que se mata o apresa a treinta mil guerrilleros y reaparecen otros siete mil, en el que se extraditan cientos de narcotraficantes, y otros miles ocupan los mismos puestos y se apoderan de las mismas rutas. Es como la maleza o como las cucarachas, cada cierto tiempo hay que fumigar, con la salvedad de que en este caso no estamos matando insectos ni malas hierbas, sino seres humanos.
Tal vez todo sea así en esta vida: matamos algunos malos, pero el mal sigue vivo, así como se mueren escritores y sigue viva la literatura, o como se suceden los presidentes y sigue vivo el Estado o el poder. Vivimos de ilusionarnos o de alarmarnos, la gente llora porque se murió el Papa, y a la semana siguiente tenemos otro papa que habrá que llorar también cuando se muera. Papas habrá mientras haya Iglesia, y reyes mientras haya monarquía, y habrá mafiosos mientras haya mafia, y guerrilleros mientras haya guerrilla, y paramilitares mientras siga existiendo la mentalidad paramilitar. Dejemos de matar o de extraditar a los enfermos; hay que combatir la enfermedad.

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Habitantes de la calle.