Las cosas que perduran en la humanidad suelen surgir de profundas pasiones. Las grandes obras de arte, las cumbres del trabajo científico o las transformaciones sociales nos llevan a quienes consagraron su vida a la búsqueda de horizontes de progreso, desafiando inmensas dificultades. También, por desgracia, lo más horrible de la historia nos conduce a personajes tenebrosos que hicieron de su pasión una fuente de dolor y destrucción. Todos ellos han sido el resultado de una manera de relacionarse con el mundo desde las entrañas: creyendo, explorando, odiando, buscando desesperadamente destacarse entre el resto de sus semejantes.
La educación, entre muchas cosas, es aprender el ejercicio de la pasión. Quienes piensan desde la tecnocracia olvidan que los niños y niñas viven más en sus emociones que en la razón. Los informes sobre violencia escolar, trastornos alimenticios y consumo de drogas muestran que no es por el camino del razonamiento adulto y por los puntajes académicos, que la mayoría construye su proyecto de vida. Tampoco es la razón seria y fría, los datos, los documentos y los informes técnicos, los que han marcado los comportamientos de algunos mandatarios de la región. Más pareciera que sus liderazgos, nacionalismos, amenazas y popularidad corresponden a temperamentos apasionados que a intelectos serenos.
La formación de niños y jóvenes debe ser entendida en esta óptica como un proceso de educación y orientación de las emociones. El mejor maestro no suele ser el que más cosas enseña sino el que más entusiasmo contagia a sus alumnos por aquello que a él o ella le apasiona. Los chicos se dan cuenta, saben si tenemos pasión por nuestro oficio y por los temas que compartimos con ellos. Esto es parte del misterio de la pedagogía.
Por desdicha, quienes viven del uso indebido del poder, del delito o la violencia tienen, a veces, más pasión que contagiar que quienes se dedican al conocimiento: esto explica, tal vez, que la vinculación a pandillas, a la guerra y a muchos otros juegos de muerte tenga más acogida entre los jóvenes que la vinculación a grupos científicos o al ejercicio de la acción social.
Pero entre nuestros niños y jóvenes pulula el talento en todas sus manifestaciones: arte, ciencia, industria, servicio a la comunidad, liderazgo político, capacidad de solucionar conflictos. La inmensa mayoría están ávidos de oportunidades y esperando una ocasión para que sus capacidades sean reconocidas. Bien haríamos los maestros de este país si antes que dedicarnos a agotar los temas de un currículo, pusiéramos nuestro mejor esfuerzo en descubrir el talento particular de cada uno de nuestros estudiantes. Ver lo mejor de cada quien, darle valor y estímulo y hacerlo valorar por otros puede ser una fórmula salvadora para los niños y para sus familias. ¿Quién no quisiera ser reconocido por lo mejor que tiene y no por todo aquello que otros creen que le falta? ¿Y quién no está dispuesto a cultivar con pasión aquello que otros aprecian?
Esto, justamente, debería constituir el eje central del trabajo pedagógico y de la evaluación escolar, porque al reconocer lo mejor de un niño o una niña, se le da una oportunidad de hacer conscientes sus gustos, sus fortalezas y, tal vez, el inicio de esas grandes pasiones que pueden marcar su vida y la de su comunidad. ¿Qué pasaría si los maestros convocáramos a los padres de familia a hablarles bien de sus hijos en vez de señalarles sus carencias? ¿No ayudaría esto a mejorar las relaciones intrafamiliares? ¿Y si las empresas y entidades del Estado reconocieran cada mes a los mejores maestros -como suele hacer el jefe del Estado con los militares- y a los alumnos más talentosos, no tendríamos una mejor cultura de la educación y su forma de evaluarla?
Quienes piensan que los colegios deben hacer perder año a más estudiantes, podrían ayudarnos a buscar fórmulas para identificar los talentos que se mantienen ocultos por miedo a ser reprobados
frcajiao@yahoo.com
Francisco Cajiao
Francisco Cajiao
3 comentarios:
. aprender a ser. 2. aprender a aprender. 3. aprender a hacer. 4. aprender a convivir cuatro aspectos de una sóla máxima que debe seguirse en el proceso pedagógico: decir lo que se piensa, de acuerdo con lo que se hace y se siente.
Los buenos maestros tienen metas altas para todos sus estudiantes. hacen preguntas que motivan a los estudiantes. son agradables, accesibles, entusiastas y se comunican. exhiben amplio conocimiento en las materias que enseñan y dedican tiempo para continuar su propia educación en su materia. ellos presentan material escolar con entusiasmo e inculcan en los estudiantes las ganas de aprender.
Antiguamente dentro de la sociedad se miraban los pilares de la misma representados asi: el alcalde, el medico, el maestro, el policia, ,el juez y el cura. hoy por hoy miremos que paso y en que momento se trastoco esta sociedad: (1) - el alcalde :nadie cree en el.,(2 ) - el medico : el mercantilismo de las e.p.s. lo redujo a su minima expresion, como un empleado cualquiera.,( 3 ) - el policia: es vilipendiado y no ejerce autoridad alguna,solo la que las armas le brindan.,( 4 ) - el maestro : la politica lo excluyo de ser socio del estado,lo abandono completamente, su ingreso digno se lo desaparecio y lo persigue para desbaratarle cualquier ilucion de progreso,. (5) el juez: sin comentarios, las encuestas lo dicen todo., (6) el cura: ayer lo dijo y reconocio el papa, los catolicos ya son minoria. profesor cajiao, su escrito me motiva a seguir creyendo profundamente en los maestros de este pais-felicitaciones .
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